Cuasicristales, osadía, tesón y belleza
El mundo
que tenemos ahí afuera cada vez se revela menos clasificable
Belleza es sinónimo de simetría, de orden, y de eso
va la cristalografía. Los cristales no son otra cosa que apilamientos ordenados
de pedacitos idénticos de materia (átomos, moléculas, macromoléculas ...). No
vemos ese orden íntimo porque esos pedacitos de materia son demasiado pequeños
para nuestros ojos, e incluso para nuestros microscopios, pero podemos
reconocer el resultado de ese orden regular en las subyugantes y angulosas
formas externas de los cristales. Y podemos notarlo a diario por las
propiedades derivadas de ese orden interno: en alimentos que comemos, en
medicinas que tomamos, en dispositivos tecnológicos que usamos, o en los huesos
que nos mantienen erguidos. Casi todo está basado en cristales.
¿Cuántos tipos de cristales existen? Es decir, ¿de
cuantas formas distintas puede ordenarse la materia? Aunque parezcan
ilimitadas, lo cierto es que son muy pocas las opciones para rellenar
ordenadamente un espacio repitiendo periódicamente una misma pieza. Por
ejemplo, si queremos rellenar una superficie lo podemos hacer con rectángulos,
con triángulos, con cuadrados o con hexágonos, pero no con pentágonos. Por eso
no venden losetas pentagonales, o si las venden, se combinan con los rombos
necesarios para rellenar los inevitables huecos entre pentágonos. Desde el
siglo XIX, la cristalografía goza de una preciosa demostración de que hay
únicamente 17 formas distintas de alicatar una superficie, formas que se pueden
disfrutar visitando la Alhambra, ya que eran conocidas por los geómetras árabes.
Y también se demuestra que sólo existen 230 formas distintas de empaquetar
periódicamente un volumen con unidades idénticas. Ni una más, ni una menos.
Los cristalógrafos comprobamos ese orden cuando
iluminamos un cristal con un haz de electrones, neutrones o rayos X. Entonces
el cristal genera (difractando la luz) bellas constelaciones de puntos que
muestran la simetría del ordenamiento. Y siempre esas constelaciones coinciden,
como manda la teoría, con una de las 230 formas distintas de empaquetamiento. Siempre
con simetría de orden uno, dos, tres, cuatro o seis. Nunca con ejes de rotación
de orden cinco, ni más de seis.
Hace 29 años, durante una estancia sabática en
Estados Unidos, el israelí Daniel Shechtman realizaba uno más de los estudios
de difracción que se hacen a diario, cuando observó que su constelación de
puntos tenía una simetría de orden cinco: ¡pentágonos! Un científico que no
mereciera un Nobel habría pensado que había cometido un error, y se hubiera
olvidado de ello. Dan Shechtman no. Lo revisó una y otra vez y se lo contó a
sus colegas de laboratorio. Ellos le dijeron que eso era imposible y que él
debería saberlo. Repitió los experimentos, comprobó una y otra vez los
resultados y trató de publicarlos sin éxito. Los publicó dos años después con
ayuda de otros colegas.
Les asaetearon con duras críticas, incluyendo la de
cristalógrafos y químicos tan excelsos como Linus Pauling, dos veces laureado
con el Nobel. ¡Cómo iba a ser errónea una teoría cerrada y probada durante más
de un siglo! Le resultó difícil seguir investigando, pero no cejó en el empeño.
Más tarde, otros colegas descubrieron muchos más
casos similares que también rompían la simetría canónica de la cristalografía.
La explicación estaba en algo que los matemáticos habían encontrado unos años
antes: que las superficies y los volúmenes pueden rellenarse completamente
siguiendo pautas regulares pero no necesariamente, periódicamente perfectas.
Por ejemplo, pueden hacerlo con simetría de dilatación, siguiendo pautas como
la serie de Fibonacci, ligada al famoso número de oro, para algunos el canon
geométrico de belleza.
Lo que Shechtman había encontrado eran los primeros
materiales que -contra todo pronóstico- estaban ordenados cuasi periódicamente,
es decir, los cuasicristales. Ya se le busca a este descubrimiento aplicaciones
como materiales antiadherentes, aislantes y en la fabricación de aceros de alta
tecnología. Pero eso cuenta poco en este caso. Lo que importa es que la
tenacidad de este israelí ha roto una teoría considerada cerrada, intachable e
intocable, mostrando que aún le queda larga vida a la cristalografía y que el
mundo que tenemos ahí afuera, cada vez se revela menos discreto, menos
compartimentado y clasificable y más continuo de lo que parecía.
Este Nobel de Química es un premio a la mera
curiosidad, el motor de todo descubrimiento. Y también una llamada de atención
para los jóvenes científicos. Como el propio Shechtman aconseja, "si
encuentras algo radicalmente nuevo, defiéndelo". Te lloverán las críticas,
y serán más duras cuanto más heterodoxo sea tu hallazgo. Si estás en lo cierto,
al final te darán la razón. Y si no, todos habremos aprendido mucho en el
camino.
"Cuasicristales"
El País 12/10/11.
1.-¿Cómo
se estudian los cristales si no podemos verlos?
- Con radiografía. Aparecen unas constelaciones de puntos que señalan la simetría del movimiento ordenado.
2.-
¿Qué descubrió Daniel Shehtman y como se lo tomó.
- Descubrió la simetría pentagonal en contradicción de los postulados de la cristalografía establecida hasta el momento. Había descubierto cuasicristales, materiales ordenados cuasiperiódicamente.
3.- ¿Como se explica su descubrimiento?
- Los matemáticos habían demostrado que se pueden rellenar volúmenes con formas regulares aunque no necesariamente con una periocidad perfecta, esto lo ha demostrado la naturaleza en los cristales.
4.-
¿Cual es la importancia de su descubrimiento?
- Haber encontrado una excepción a una teoría intocable por haber sido comprovada muchas veces. Le dieron el premio nobel por su curiosidad y perseverancia.
5.-
¿Qué le recomienda a los jóvenes investigadores.
- Que insistan en demostrar lo radicalmente nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario