lunes, 15 de
noviembre de 2010
Reportaje:vida&artes
La grasa como cuestión de Estado
La prohibición en EE UU
de regalar juguetes con la comida rápida abre un enconado debate sobre si la
obesidad es una epidemia o un problema individual
¿Tiene el Gobierno el derecho a regular lo que
comen los ciudadanos para luchar contra la obesidad? En Estados Unidos se ha
iniciado un debate entre aquellos que opinan que el Estado debe tratar la
obesidad como una epidemia, disuadiendo como pueda a los ciudadanos de consumir
alimentos altamente calóricos o excesivamente grasos, y aquellos que piensan
que la gordura es una opción individual y que, el sobrepeso, como dolencia,
debe ser tratado exclusivamente a nivel médico, caso a caso, sin ningún tipo de
intervención de la
Administración pública. La decisión de la ciudad de San
Francisco de prohibir que las cadenas de comida rápida regalen juguetes con
menús altamente calóricos ha reiniciado la polémica, que supera el terreno
nutricional y se ha convertido en un debate sociológico y político que puede
acabar con el nacimiento de un negacionismo nutricional.
El riesgo sanitario aparece cuando la visita al 'burger'
se convierte en rutina
Nancy Reagan luchó contra las drogas; Michelle Obama
contra la gordura
"Los niños siempre pueden gastar su paga en
chucherías", advierte un experto
El Tea Party ve en la política alimentaria el inicio de un
control 'orwelliano'
Nueva York estudia un impuesto extra para los refrescos
altamente calóricos
El menú infantil suma 600 calorías; el batido de
chocolate, 1.160
San Francisco le ha declarado la guerra al Happy
Meal, el colorido menú de niños de la cadena McDonald's. En él, suele venir un
refresco, una ración de patatas fritas y cuatro piezas de pollo o una
hamburguesa pequeña, además de un postre dulce. Desde que introdujo el menú en
1979, McDonald's ha vendido 20 millones de Happy Meal en EE UU. El precio
oscila allí entre dos y tres euros. Incluye también un juguete, algo muy
popular entre los pequeños. Según las tablas nutricionales de la empresa que
los vende, su contenido calórico roza las 600 calorías. Hay algunas opciones,
como la que incluye hamburguesa con queso, que se sitúan en las 780 calorías.
Los nutricionistas coinciden, normalmente, en que un niño mayor de cuatro años
debe comer unas 1.200 calorías diarias.
Durante décadas, el gran atractivo de McDonald's ha
sido el hecho de que sea una mezcla entre patio de juegos y restaurante al que
a los niños les gusta acudir con la familia. Para los gobernantes locales de
San Francisco, sin embargo, el problema sobreviene cuando las comidas de los
niños en McDonald's, Burger King, Wendy's o cualquier otro establecimiento de
comida rápida son un hábito, la norma en lugar de la excepción. Teniendo en
mente que el 13% de los niños de EE UU son obesos, la Junta de Supervisores de la
ciudad (órgano equivalente al Ayuntamiento local) ha aprobado una ordenanza
según la cual no se podrán regalar juguetes con menús que ofrezcan más de 600
calorías, tengan más de un 35% de valor nutricional procedente de grasas,
contengan un 10% de grasas saturadas, supongan más de 640 miligramos de sodio o
no incluyan una ración de frutas o vegetales.
La medida entrará en vigor en diciembre de 2011, y
aunque el alcalde de la ciudad, Gavin Newsom, anunció que la vetará, fue
aprobada en el consejo local con suficientes votos (ocho contra tres) para
sortear ese veto. El supervisor de San Francisco que ha propuesto la norma,
Eric Mar, tiene clara la razón: "Nuestra legislación generará un cambio en
esos restaurantes que ofrecen menús que no son sanos y que se dirigen a los
consumidores infantiles y juveniles, para que sirvan menús mucho más saludables
con incentivos añadidos como los juguetes. Así, ayudaremos a proteger la salud
pública, reduciremos el gasto sanitario y fomentaremos hábitos alimenticios
sanos".
Se trata de una extendida opinión entre muchos
políticos de EE UU: la obesidad es una epidemia, y como tal hay que tratarla.
Así lo opina la propia Casa Blanca. Es tradición en cada presidencia que la
primera dama asuma una causa social en la que centrar sus esfuerzos. Nancy
Reagan lo hizo con la lucha contra la drogadicción. Laura Bush fomentó la
lectura. Michelle Obama combate la obesidad infantil. Dijo en un discurso en
Las Vegas, el pasado junio: "Un tercio de los niños de nuestro país sufren
de sobrepeso o son obesos. Son demasiados. Muchos más que cuando yo era niña.
Eso implica que estos niños sufren mayor riesgo de padecer enfermedades
coronarias, diabetes o cáncer. Y creo que ese es el destino que les ofrecemos a
nuestros niños. No es solo una crisis sanitaria. Es una crisis económica. Nos
gastamos 150.000 millones de dólares
[93.000 millones de euros] al año en tratar
enfermedades relacionadas con la obesidad. No queremos ese futuro para nuestros
niños o nuestro país".
En mayo, durante el debate parlamentario de la
reforma sanitaria impulsada por el presidente Barack Obama, el Senado consideró
una propuesta que, entre otros, ya había planteado el Gobierno de Nueva York:
imponer un impuesto extra a las bebidas altamente calóricas. Muchos
nutricionistas estiman que los refrescos y batidos son una fuente de calorías
mucho más peligrosa que los restaurantes de comida rápida. Por ejemplo, y a
pesar del debate desatado en torno a los Happy Meal, McDonald's ofrece el
batido Chocolate Triple Thick que tiene 1.160 calorías, más de la mitad de las
necesidades de un adulto en una jornada entera.
Ante la ofensiva gubernamental contra los excesos
de la gordura, el movimiento libertario de EE UU se ha erigido en armas ideológicas.
El respetado profesor de Derecho de la Universidad de Chicago Richard A. Epstein,
baluarte de ese tipo de pensamiento que recela profundamente de la intervención
gubernamental, se ha opuesto desde hace años a que se considere a esa dolencia
como una epidemia. "Soy profundamente escéptico respecto a esos esfuerzos
de luchar contra la obesidad aumentando impuestos", asegura. "Además,
hay una gran cantidad de gente que consume ese tipo de refrescos sin
complicación alguna y no hay razón por la que deban pagar ese impuesto".
"Y prohibir las promociones [como lo ha hecho
San Francisco] tiene el problema de que los niños que quieran calorías
encontrarán el modo de conseguirlas. El control paterno es un mecanismo mucho
mejor cuando realmente funciona, que es algo que sucede en mayor grado en las
familias de clase media alta. Normalmente es más deficiente en otros estratos.
Los centros educativos y los empresarios pueden tratar de modificar los menús,
pero existe un riesgo de que los niños se gasten la paga en comida que no es
beneficiosa para su salud [como chucherías o bollería industrial]. Es un
problema difícil, pero la solución del Gobierno no aporta muchos
beneficios".
Algunos reputados expertos, como el profesor de
Política Pública de la
Universidad de Chicago Tomas J. Philipson y el juez Richard
A. Posner, han propuesto una solución médica. Explica Philipson: "Ya se
han producido innovaciones como la cirugía bariátrica, el bypass
gástrico o la banda gástrica, que en la actualidad es el tratamiento más exitoso
para la obesidad mórbida. Nuevos medicamentos para la obesidad pueden ocupar el
espacio de mercado de 17.000 millones de dólares anuales del medicamento contra
el colesterol Lipitor, que es ahora el fármaco más vendido del mundo. Hay un
nuevo medicamento de la farmacéutica Vivus para perder peso, llamado Onexa, que
aún debe ser aprobado por la
Administración de Alimentos y Medicamentos y que será el
primero de una larga lista. Las innovaciones científicas pueden ser más
exitosas a la hora de luchar contra la obesidad que los intentos de cambiar los
hábitos alimentarios y de ejercicio de la gente".
Ideas como esa avanzan en la dirección de hacer al
Estado redundante en la lucha contra la malnutrición, un fenómeno que no
encontró una oposición seria durante la última década. Hoy día, sin embargo,
con el avance del movimiento radical del Tea Party, facción extremista del
Partido Republicano que pugna por una reducción de la intervención
gubernamental a su mínima expresión, la insistencia de los Gobiernos en
penalizar a los fabricantes y a los consumidores de comida basura se
interpreta, cada vez más, como una intromisión ilegítima en la vida privada de
los ciudadanos.
Se trata de una tendencia incipiente, pero con peso
argumental. Algunos expertos ven la cruzada contra la obesidad como una
demonización cultural, al mismo nivel que el macartismo, la caza de brujas
anticomunista en el Senado de EE UU en los años cincuenta. Así opina Paul
Campos, profesor de Derecho de la Universidad de Colorado. "Se trata del efecto
del llamado pánico moral de ciertos sectores de la sociedad", explica. Ese
término, "pánico moral", acuñado por el sociólogo Stanley Cohen en
los años setenta, define la reacción exagerada de un sector social poderoso o
mayoritario que percibe de forma deformada e inexacta a una minoría,
demonizándola. "La gente con sobrepeso se convierte en lo que se conoce
como demonios populares, los chivos expiatorios. Al experimentar ese pánico,
esa reacción adversa, las élites exigen al Gobierno que neutralice a esos
demonios con medidas intervencionistas".
Campos defiende esta visión con tres argumentos.
Por un lado, asegura que las empresas farmacéuticas tienen interés en que el
Estado trate la gordura como una crisis sanitaria, para vender más
medicamentos. Además, la cultura popular norteamericana, exportada a casi todo
Occidente, es más tolerante con otros desórdenes alimentarios, como la extrema
delgadez. Finalmente, el consumo alimentario es el único que mantiene una
relación inversa con el poder adquisitivo. Es decir, cuantos más recursos tiene
una familia, mejor come. En cambio, las hamburguesas de un dólar son una comida
común entre las clases bajas norteamericanas.
"No es una coincidencia que la única forma de
exceso consumista que mantiene una correlación opuesta con el poder adquisitivo
y el extracto social del consumidor sea contra el que claman las élites
sociales", explica Campos. "No estoy diciendo que se trate de una
ofensiva consciente. Pero sí que creo que es un prejuicio asociado al extracto
social. Es común ver una crítica a la gordura en términos que a veces llegan a
ser incluso morales, y, como decía, de demonización".
No hay duda científica de que la gordura excesiva
es altamente perjudicial para la salud. Cierto es también que un 26% de los
norteamericanos es obeso, porque tienen un índice de masa corporal igual o
superior a 30 en el llamado índice de Quetelet. Pero ha habido campañas con las
que muchos ciudadanos con sobrepeso han sufrido el escarnio público, como las
iniciativas de las aerolíneas de cobrar dos asientos a las personas con
considerable sobrepeso o las afirmaciones por parte de diversos políticos de
que la obesidad incrementa el gasto sanitario y hace que las aseguradoras
aumenten los precios de sus pólizas.
En el caso de los juguetes en los Happy Meal en San
Francisco, hay padres y educadores entre los que cunde el rechazo a la idea
misma de que el Estado intervenga para prohibir ningún tipo de opción
alimentaria. "San Francisco ha creado su propio ministerio de la abundancia
[en la novela distópica 1984 es el que
raciona los alimentos y otros bienes], despojando a los padres del derecho de
decidir con qué quieren alimentar a sus hijos", dice Luanne Hays,
profesora en la
Escuela Cristiana Ovilla de Tejas y columnista en la revista
educativa Teacher Voice. "Cuando George Orwell escribió sobre
control gubernamental en su novela 1984, MacDonald's aún no había
inventado el Happy Meal. Orwell no se imaginaba entonces que en el siglo XXI
habría un nuevo ministerio de la abundancia".
Según esa nueva visión, el Gobierno está tomando, a
través de las políticas nutricionales, el camino del Gran Hermano orwelliano.
Es la parte central de lo que se está convirtiendo en un debate social y
político de EE UU, la duda de si la gente con sobrepeso y obesidad tiene
derecho a optar a vivir de ese modo. Expertos de todo calado consideran si la
suya es una opción personal o una irresponsabilidad de grupo que acaba
afectando a la sociedad en conjunto y, por imitación generacional, a los niños,
que copian los patrones que contemplan entre sus padres. La gran duda de fondo
es si acabará naciendo un sólido movimiento de escépticos que, como sucede con
el cambio climático, acabarán creando un negacionismo nutricional.
Saber
las calorías que comemos ayuda a adelgazar
Nueva York, con su excepcionalismo dentro de las
ciudades norteamericanas, ha sido el gran laboratorio de experimentos
nutricionales en EE UU. Primero, obligó a los centros sanitarios del área
metropolitana de la ciudad a informar de los niveles de hemoglobina glucosilada
de la ciudadanía, para elaborar un registro municipal de diabetes.
Posteriormente prohibió el uso de grasas trans. Finalmente, desde 2008 exige a
las cadenas de restaurantes que tengan más de 15 establecimientos en el país,
que publiquen el contenido calórico de cada alimento en lugar visible, bajo
pena de multa de hasta 2.000 dólares (1.400 euros) si no lo hacen.
Según dijo entonces el consejero de Sanidad del
Gobierno local neoyorquino, Thomas Frieden, la finalidad de publicar las
calorías es eminentemente disuasoria: "Se podría pensar que una ensalada
de atún, ya que es una ensalada, es algo muy saludable. Pero es posible que el
cliente vea que esa ensalada tiene muchas más calorías que un bocadillo de
carne asada. Y es posible que al consumidor le apetezca más ese bocadillo de
carne asada aunque en principio fuera a comprar la ensalada de atún porque
pensaba que era lo más saludable".
Tres investigadores de la Universidad de
Stanford -Bryan Bollinger, Phillip Leslie y Alan Sorensen- llevaron el año
pasado un estudio del impacto real de esta medida en el gran laboratorio
nutricional en que se había convertido Nueva York. Su principal intención era
saber si el hecho de ver las calorías junto al precio afectaba en algo el
comportamiento del consumidor. Compararon los hábitos de compra de los clientes
de la cadena Starbucks en Nueva York (222 tiendas) con los de Filadelfia y
Boston (94 establecimientos), donde no impera la misma ley. "Descubrimos
que la obligatoriedad de publicar las calorías influyó en los hábitos de los
clientes de Starbucks, disminuyendo el número de calorías en un 6% (de 247 a 232 calorías) en cada
compra", aseguran los autores. Solo seis de cada 100 actos de consumo se
vieron alteradas por esa política.
El efecto es mayor en quienes normalmente
realizaban las compras más altas en calorías en Starbucks antes de la ley que
obliga a publicar las calorías (la reducción es ese caso del 26%), aseguran los
autores. En general, estiman que, de media, la reducción por individuo y día es
de 30 calorías. Y los dietistas recomiendan que, para perder peso, se reduzca
la ingesta calórica entre 500 y 1.000 calorías por día, como estrategia para
perder hasta un kilo por semana. El número de calorías que una persona adulta
debe ingerir por jornada oscila entre 1.500 y 2.000.
PREGUNTAS:
1.Cuáles son los
peligros del Happy Meal?
- Pues que contiene 1160 calorías, más de la mitad de las necesidades de un adulto en una jornada entera.
2.Según los
dietistas, cómo se puede perder hasta un kilo de peso semanalmente.
- Que se reduzca la ingesta calórica entre 500 y 1000 calorías por día, para perder hasta un kilo por semana.
3.¿Cuál ha sido
la solución del Ayuntamiento de San Francisco ante los riesgos del Happy Meal?
- Ha aprobado una ordenanza según la cual no se podrán regalar juguetes con menús que ofrezcan más de 600 calorías, tengan mas de un 35 % de valor nutricional procedente de grasas, contengan un 10 % de grasas saturadas, supongan mas de 640 miligramos de sodio o no incluyan una ración de frutas o vegetales.
4.¿En qué
consiste el “negacionismo nutricional”?
5.¿Qué propone
el movimiento libertario? ¿Y el Tea Party?
- El movimiento libertario son armas ideológicas. Recela profundamente de la intervención gubernamental que se opone a que se considere a esa adolescencia como una epidemia. Luchar contra la obesidad aumentando los impuestos.
- El Tea Party dice que la fracción extremista del partido republicano que pugna por una reducción de la intervención gubernamental a su mínima expresión, la insistencia de los gobiernos en penalizar a los fabricantes y a los consumidores de comida basura se interpreta como una intromisión ilegítima en la vida privada de los ciudadanos.
6.¿Cuál es la
solución médica?
-Pues evitar que los niños coman comida basura.
7.¿Qué medidas
ha implantado el Ayuntamiento de Nueva York para atajar la epidemia de obesidad
entre sus ciudadanos?
- Ha aprobado una ordenanza según la cual no se podrán regalar juguetes con menús que ofrezcan más de 600 calorías, tenga más de un 35% de valor nutricional procedente de grasas, contengan un 10% de grasas saturadas, supongan más de 640 miligramos de sodio o no incluyan una ración de frutas o vegetales.
8.¿Qué
influencia tubo en el comportamiento de los consumidores la obligatoriedad de
de indicar, en un lugar visible, el contenido calórico de cada alimento?
- Disminuyó el número de calorías en un 6% (de 247 a 232 calorías), en cada compra.
9.¿A quien y en
qué porcentaje, influyo más en su comportamiento, la obligatoriedad de de
indicar, en un lugar visible, el contenido calórico de cada alimento?
-El efecto mayor fue en quienes realizan compras más altas en calorías, la reducción fue del 26%. La media por reducción por individuo y día es de 30 calorías.